"Al hablar de 'iglesia', mayormente se piensa en los pastores.
Sin embargo, el pastor está muy lejos de ser 'la iglesia'. Más aún:
fomentar el concepto de 'iglesia pastoral' sería incompatible con la
verdad del evangelio. Pero sea como fuere; iglesia y pastor
evidentemente constituyen un conjunto inseparable.
LOS PASTORES SON UNA NECESIDAD
¿No será que el 'pastorado', tal como existe en la actualidad, es una
institución humana - a veces demasiado humana, - fruto de una evolución
histórica, incluso no siempre enteramente acorde con las palabras de las
Escrituras? ¿No es un hecho por demás evidente también, que en la vida y
en la casa del pastor, la gloria y la pena van de la mano como en la
vida y la casa de cualquier cristiano?
No obstante, de todo esto no
se puede extraer ningún argumento en contra del 'servidor de la Palabra'
y su encargo fundamental de ser un mensajero del evangelio. Por ende,
nuestros padres, atentos a lo que dicen las Escrituras, afirmaron con
palabras claras y sencillas en el Art. V de la Confesión de Augsburgo:
'Para conseguir la fe, Dios ha instituido el oficio de la predicación,
es decir, ha dado el evangelio y los sacramentos'. Este Artículo está
titulado 'El oficio de la predicación', y para el desempeño de dicho
oficio es preciso ser llamado públicamente (CA, Art. XIV). O sea: los
reformadores hablan de la 'institución de un oficio' por parte de Dios, y
no de una evolución fortuita ni de una arbitraria disposición humana.
Prestaron atención cuidadosa y obediente a la manera cómo la santa
palabra y voluntad de Dios llegó a los hombres, a partir de los profetas
del Antiguo Testamento hasta los apóstoles de Jesucristo en el Nuevo
Testamento. Tampoco pasaron por alto el hecho de que en la iglesia
cristiana primitiva 'se predica genuinamente el evangelio y se
administran los santos sacramentos de acuerdo con el evangelio' (CA,
Art. VIII).
Podría preguntarse, y con fundadas razones: ¿Acaso no
son todos los cristianos, por virtud de su bautismo y a partir de él,
propiedad del Señor Jesucristo, y acaso no tienen todos ellos, por eso
mismo, el llamado y la misión de ser mensajeros y testigos de su Señor
en palabras y obras, en la vida y en la muerte?
Así es, sin lugar a
dudas. Lutero, y también la iglesia luterana, hasta el día de hoy no
quitaron una tilde del 'sacerdocio universal de todos los creyentes'. En
cierta ocasión, Lutero dijo: 'Todo aquel que salió de la pila
bautismal, es un sacerdote'.
¡Ojalá este sublime privilegio fuera un
privilegio consciente de todos los cristianos evangélicos, y todos
actuasen en conformidad con ello, desplegando personalmente una
actividad misional! Muy distinta sería entonces la situación en la
iglesia cristiana actual.
Sin embargo, de esto no puede ni debe
deducirse que a una persona cualquiera le asista el derecho de apelar al
'espíritu' que siente dentro de sí misma, para comenzar a predicar y a
bautizar y a administrar la santa cena como en el momento se lo dicta su
entusiasmo - o su vana ilusión. A un proceder tal los reformadores lo
sindicaron como 'Schwärmerei' (entusiasmo, iluminismo). Si aprobásemos
el actuar de tales personas, ¿dónde quedaría la legitimación, el encargo
formal, y ante todo: la seguridad, para la iglesia de Jesucristo, de
oír la Buena Nueva genuina de nuestro Señor crucificado y resucitado?
Por esto, en la Confesión de Augsburgo se declara: 'Dios ha instituido
el oficio de la predicación, es decir, ha dado el evangelio y los
sacramentos. Por medio de éstos, como por instrumentos, él otorga el
Espíritu Santo, quien obra la fe, dónde y cuándo le place, en quienes
oyen el evangelio' (CA, Art. V).
A esto se agrega ahora, en el
Artículo XIV: 'Respecto al gobierno (u orden) eclesiástico se enseña que
nadie debe enseñar públicamente en la iglesia ni administrar los
sacramentos sin llamamiento legítimo'. O sea: el que quiere predicar o
'públicamente' y administrar los sacramentos, tiene que tener un
'llamamiento legítimo'. A este detalle, nuestros padres le asignan
máxima importancia, y se remiten para ello a lo que enseñan las Sagradas
Escrituras. En primer término podríamos afirmar lisa y llanamente: a
Dios y su Palabra no se los puede 'obtener' sin hombre, y son los
pastores los que, según el ejemplo de los apóstoles y mensajeros de
Cristo, han de ser estos 'hombres'. Y en efecto lo son, si con firme fe
en el apoyo y la promesa de Dios se hacen preparar sólidamente y llamar
legítimamente para este ministerio. Esto empero significa para quien
quiera desempeñarse como pastor: un estudio dinámico y serio de la
teología, encarado con sinceridad y diligencia, y la disposición
consciente de consagrarse de por vida a este servicio difícil. Tiene que
permitir que lo sometan a un examen riguroso para descubrir si está
dispuesto a dar el SÍ incondicional (suscripción 'quia') cuando en el
acto de la ordenación se le recuerda en presencia de la congregación lo
que las Escrituras dicen con respecto al ministerio de la iglesia, Mt.
28:18-20; Jn. 20:21-23; 2 Co. 5:18-20; Ef. 4:11-13; 1 Ti. 3: 1-7; 1 Ti.
4:12-16.
Sólo después de que el ordenando respondió con un 'Sí, con
todo mi corazón, mediante la ayuda del Señor por el poder y la gracia
del Espíritu Santo', el oficiante le dice: 'Te encomiendo el sagrado
oficio de la palabra y los Sacramentos; te ordeno y te consagro ministro
de la iglesia: en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu
Santo" (Ritual Cristiano 1964, pág. 105). Así o con palabras similares
es como se le llama a uno legítimamente a ejercer el ministerio público.
PROFESIÓN: PASTOR
Se dirá: 'Muy bien; pero hay muchos que se deciden por el estudio de la
teología sólo porque estiman que es una buena manera de ganarse el pan
de cada día'. Es verdad, así como es verdad que existe también el otro
extremo, que no por extremo debiéramos considerar objetable, a saber,
que uno u otro sienta de pronto un llamado interior irresistible que le
impele con toda decisión a abrazar la carrera teológica. El camino que
Dios elige para llevar a una persona a una certeza interior definitiva,
es un misterio exclusivo de la sabiduría divina que no nos corresponde
tratar de dilucidar. Lo que a mí me tocó en lo íntimo fue la observación
de un teólogo católico (Karl Rahner): 'Nuestra profesión es un sentirse
llamado constantemente' (Unser Beruf ist eine nie endende Berufung). En
verdad: ¿cómo un pastor podrá llegar algún día a ser 'perfecto' (en el
sentido de 'acabado, sin que falte un detalle') en su vida y en su
servicio? Durante toda su vida deberá seguir siendo alumno en la escuela
de Dios, tan rica en tribulaciones de toda índole.
Es casi
interminable la lista de cualidades que debe reunir, y de cosas que debe
hacer el pastor en el desempeño del 'ministerio de la reconciliación'
(2 Co. 5:18) y al 'predicar la palabra de la Cruz' (1 Co. 1:18). Debe
ser un predicador fiel y un buen consejero espiritual. Debe instruir y
guiar a la congregación. Debe ayudar y consolar. Actúa frente a la pila
bautismal, y frente al altar. Bendice a los que acaban de contraer
enlace, y anuncia la palabra de la resurrección junto al sepulcro. Debe
ser una persona bien ambientada, 'con ambos pies en la tierra', como
quien dice.
Tiene que habérselas con los pobres y con los ricos, con
patrones y obreros, con gente que corre peligro y con gente que vive al
margen de la 'sociedad respetable'; y no por último, con la diaconía y
la misión y toda suerte de obras de caridad cristiana. ¡Qué
responsabilidad más grande si quiere dedicarse a este cúmulo de tareas
con temblor y temor, pero también con gran gozo! Lutero dijo cierta vez:
'Se llega a ser teólogo no mediante el entendimiento intelectual, la
lectura y la especulación, sino mediante el vivir, más aún, mediante el
morir y el experimentar los horrores de la condenación'. Y Klaus Harms,
distinguido predicador del siglo pasado (s. XIX), al ordenar a sus
pastores lo hacía con estas palabras: 'Te saco del mundo y te consagro
al servicio de Dios. No digas la Palabra a nuestro tiempo; antes bien,
di a nuestro tiempo la Palabra de la Eternidad'. No cabe duda: el oficio
del pastor es el oficio central entre los distintos oficios y servicios
de la iglesia de Jesucristo. Nadie podrá negarlo: los pastores son una
necesidad. La iglesia no puede prescindir de estos servidores y su
amplísima gama de actividades. Hay pastores no sólo al frente de
congregaciones locales, sino también en otras áreas de servicios
especiales (hospitales, cárceles), en la escuela, en la obra juvenil; y
precisamente por su dignidad y amplitud, el oficio de pastor se ve
expuesto a muchos peligros.
¿SEÑOR O SERVIDOR DE LA IGLESIA?
Al plantear esta seria disyuntiva queremos recordar a todo pastor que él
no es ni debe ser un 'virtuoso religioso' (como decía Schleiermacher)
ni un inteligente experto en cuestiones religiosas, sino el servidor
fiel del evangelio de Dios. La médula empero de este evangelio es el
perdón gratuito de los pecados otorgado por Dios por causa de
Jesucristo, nuestro Señor y Salvador. Este perdón de los pecados es de
importancia vital para el pastor mismo; y si hay alguien que diariamente
necesita un Dios misericordioso, ese alguien es el pastor que toma en
serio su cometido, más si esto es así, resulta del todo descartado el
querer elevarse por sobre los feligreses con la pretensión de
gobernarlos como señor. La iglesia tiene un solo Señor, una sola Cabeza:
Cristo. Un pastor de verdad es un 'siervo' de su Señor y de su
congregación, de lo que se desprende que sin su congregación y sin su
Señor, él no es nada. No posee tal cosa como una cualidad 'espiritual'
superior, o una 'órdenes mayores' como las enseña la iglesia católica
romana. Por esto tampoco damos a nuestros pastores el título de
'sacerdote' como lo hacen algunas otras iglesias. No se nos ha dado el
encargo de ofrecer sacrificios, pues esto lo hizo Cristo una vez por
todas al ofrecerse a sí mismo como sacrificio en la cruz (Heb. 7:27).
Este es también el motivo por qué en la iglesia evangélica debiera
evitarse el uso del término 'laico', a menos que se lo entienda en el
sentido original del vocablo griego 'laicos' de 'laós', pueblo: un
'laico' es entonces 'uno que pertenece al pueblo de Dios'. Cada miembro
de la congregación tiene con Dios una relación tan directa como el
pastor. No obstante existe una diferencia en cuanto al encargo.
Al
servicio especial pertenece también la dirección, ejercida junto con lo
que llamamos 'mesa directiva', de la congregación -por supuesto, una
dirección 'non vi sed verbo', como lo formuló Lutero, es decir, no con
la fuerza sino con la palabra. Para esto se necesitan pastores que saben
permanecer pacientes y amables incluso en situaciones críticas; que se
esfuerzan por comprender donde otros sólo atinan a menear la cabeza; que
no sólo predican sino también practican la caridad; que saben combinar
tolerancia, decisión y mesura; que no temen dirigir la mirada al pasado
ni al futuro.
LOS PASTORES TAMBIÉN SON SERES HUMANOS
Pero
¿cómo podrán los pastores identificarse plenamente con su medio
ambiente, conocer la vida con todos sus interrogantes y problemas
mayores y menores, y estar capacitados para dar respuestas y
orientaciones fundadas en la palabra de Dios, a menos que compartan las
dificultades y promesas, los dones y las tareas que son comunes a todos
los cristianos en las diversas situaciones existenciales? Esta reflexión
motivó a nuestros padres reformadores a rechazar el celibato
obligatorio impuesto a los sacerdotes (Confesión de Augsburgo, Art.
XXIII), para lo que se basaron en el testimonio de las Escrituras, 1 Ti.
3:2 : 'El obispo sea marido de una sola mujer'. En la cristiandad
primitiva, esto era la norma. Sólo la Edad Media implantó la ley del
celibato sacerdotal. El matrimonio es una institución divina (Gn. 2:24),
y ninguna instancia humana está autorizada para emitir leyes que
invaliden un mandamiento de Dios. Es por eso que los pastores
evangélicos por regla general están casados.
De esta manera, el
pastor comparte las alegrías y las penas con cada familia de su
congregación. Conocedor de los problemas matrimoniales y generacionales,
por estar viviéndolos en su propio hogar, está en condiciones de actuar
como experto, como consejero espiritual, como persona capaz de gozarse
con los que se gozan, y de llorar con los que lloran, porque lo que les
tocó a otros, le tocó o le está tocando también a él. En su
congregación, él es un pecador entre pecadores; pero al igual que su
congregación, él es 'recibido a misericordia' (1 Ti. 1:13, 16),
justificado y renovado mediante la gracia de Dios que lo acompaña en su
camino hacia la meta. Por otra parte, puede abrigar también la firme
esperanza de que el Dios viviente hará de su testimonio una 'dynamis'
cuándo y dónde le place. Para esto no necesita una dignidad pastoral
artificial, ni tampoco una aureola especial. Aun cuando llegue a ocupar
cargos directivos en la administración eclesiástica, sigue siendo pastor
servidor de la palabra (CA., Art. XXVII 'La potestad de los obispos').
Su encargo le basta.
Ser pastor es el servicio más sublime y más
difícil que hay en el mundo, cargado de responsabilidades y también de
tribulaciones, o como lo expresara Lutero: 'Oran y son auxiliadores y
salvadores, más aún, señores y dioses del mundo. Son también las piernas
que sostienen al mundo entero, por lo que el mundo les da también la
recompensa correspondiente, oprimiéndolos, despreciándolos, haciéndolos
caminar por el barro'. Por esto, el oficio de pastor tampoco es un
oficio al que uno se lanza para hacer carrera. Decía el refrán de un
canto que describía la situación del pastor en la Guerra de los Treinta
Años: 'Le hacen tirar el pesado carromato, y todos le tienen por
insensato'. Estas duras palabras no significan ni más ni menos que esto:
También el pastor de nuestros días debe saber qué significa 'seguir en
pos de Cristo', y qué quiso decir el Señor con las palabras: 'Donde yo
estoy, allí estará también mi servidor' (Jn. 12:26). Este es el
fundamento que da sostén al pastor, no su 'dignidad', ni su posición
social, ni su saber, ni su inteligencia, ni su vitalidad. Cuando hoy se
le pregunta: '¿Qué es un pastor'?', bien puede responder: 'Un pastor es
un mendigo que puede decir a otro mendigo dónde puede conseguir pan' -
el Pan de Vida (Jn. 6:35, 48). Y esa pregunta por el Pan de Vida la
hacen los hombres desde el comienzo mismo de la humanidad".
Georg Lanzenstiel / Munich.
Trad. E. Sexauer,
en "Revista Teológica", Nº 124, 1986,
Seminario Concordia, Buenos Aires.